Ya estábamos en un sitio poco recomendable, el lugar 60, y llegamos al 66.

La lista del WEF ha sido cuestionada por el Gobierno mexicano debido a que buena parte de sus indicadores se basa en encuestas, de modo que refleja principalmente percepciones más que realidades.

El problema es que en la economía, frecuentemente las percepciones se convierten en realidades.

Tomemos el caso del tema de seguridad en México. En conjunto, México está ubicado en la posición 134 entre 139 países evaluados.

Así que a quienes respondieron las encuestas les podrán mostrar todos los datos duros que quieran para señalar que, por ejemplo, Brasil es mucho más inseguro que nuestro país.

La percepción internacional es que la seguridad en México es un desastre, mientras que Brasil, con todo y sus favelas, está en lugar 98, 36 lugares por arriba de México.

Pero no es sólo el caso obvio y visible de la inseguridad lo que nos coloca en la poco honrosa posición de la lista del WEF.

Por ejemplo, en infraestructura estamos en el lugar 75 y en la calidad de la educación primaria nos derrumbamos hasta el lugar 120.

En la eficiencia de nuestros mercados estamos hasta el lugar 96 y específicamente en la eficiencia del mercado laboral estamos casi a la cola, en la posición 120, gracias a que los sindicatos (con pocas excepciones) son entes intocables.

Pero no crea usted que sólo estamos mal en las variables que tienen que ver con el sector público. Las empresas privadas no tienen mucho de que enorgullecerse. Por ejemplo, en materia de ética corporativa nos ubicamos en el lugar 93 y en la eficiencia de los Consejos de Administración nos ubicamos en la posición 112.

La única variable en la que México ha tenido sistemáticamente una buena posición es en el ambiente macroeconómico, en donde se ubica en la posición 27 entre los 139 países.

Independientemente de que nos guste o no cómo se elabora, la clasificación del WEF es quizá la más influyente medición de la competitividad relativa en el mundo.

Hace poco menos de una década, en el Reporte de 2001, México estaba en la posición número 42. En el 2005 ya habíamos bajado a la posición 55. Así que parece que este retroceso no tiene remedio.

La única manera de revertirlo sería convertir a la productividad y competitividad en ingredientes de nuestra cultura.

Sin embargo, ni la clase política ni los empresarios parecen tener disposición para ello.

El Gobierno está concentrado en hacerle frente a la inseguridad que nos agobia y que marca récords. El de la semana pasada fue el de la fuga más numerosa de una prisión.

Los políticos tienen sólo en su mente... ganar la próxima elección.

Pero incluso los empresarios con frecuencia emplean cuantos recursos tienen a su alcance para poner barreras a la entrada de la competencia y gozar por más tiempo de las rentas que les da su posición actual.

Quizá, cuando les pongamos el mismo acento a los retos que tenemos para el futuro que a un presunto pasado glorioso, entonces tengamos finalmente la oportunidad de parar los retrocesos.