Solamente los seres pensantes somos capaces de autodestruirnos, siendo esta una prerrogativa del cerebro humano. En la sociedad actual, la mayoría de las conductas suicidas convergen en tres situaciones de riesgo: una perturbación aguda del funcionamiento del cerebro; un entorno ambiental socialmente desfavorable; y un error interpretativo de la mente. De ahí que el deterioro de la salud mental esté vinculado, en un alto porcentaje de casos, con la probabilidad de que las personas se aproximen o alejen del espectro de conducta suicida. Pero si sumamos a la carga que representan los trastornos mentales por si mismos, el abuso de bebidas alcohólicas y otras sustancias adictivas legales e ilegales, las probabilidades de que una persona enferma actúe de manera impulsiva en un momento crítico en contra de sí misma o de los demás, se multiplican exponencialmente.