La capital tailandesa es una ciudad que te transporta a otro mundo gracias a su amplio abanico de opciones culturales y gastronómicas, factores esenciales para hacer de tu viaje una experiencia sin precedentes.

Por AnaSaldaña

Bangkok es diferente a cualquier otra gran urbe que he visitado. El caos de sus exteriores se contrapone con la relajación espiritual que ofrecen sus espacios cerrados. Las construcciones tailandesas han sido un gran descubrimiento para mi: en este viaje rompí con mis paradigmas de estética occidental al exponerme a conceptos arquitectónicos y deco­rativos innovadores que utilizan maderas obscuras, brillantes colores y estructuras de dos aguas con intrincados diseños que combinan líneas rectas y curvas. El asfalto se entremezcla con el agua del Río Chao Phraya, que divide a la ciudad, y funciona como otra arteria comunicadora que la provee de espa­cio y tranquilidad. Visitar esta urbe es una travesía que todos, en algún momento, debemos empren­der para ampliar nuestros horizontes. Aquí los sentidos parecen agudizarse, no sólo motivados por Los conceptos estéticos, sino también por su comida, bada platillo es presentado con cuidado, como si fuera una obra de . arte. Los sabores, además, son combinaciones innovadoras para el paladar: en una misma propuesta se integran ingredientes tan contrastantes como té limón, jengibre, chile y Leche de coco Cada plato debe contar con cuatro sabores: picante, ácido, dulce y salado. Mis papilas gustativas despertaron en el Sudeste asiático. Si tuviera que destacar algún momento, sería la memorable cena de aniversario que disfrutamos mi marido y yo en una pequeña casa de madera a las orillas del río. La cabana estaba rodeada de vegetación, y después de seguir una pequeña vereda iluminada llegamos a su interior. Al entrar, de inmediato vimos una mesa discreta rodeada de grandes y cómodos cojines. La luz caía sobre nuestra mesera -una de las mujeres más bellas que he visto-, sobre su piel blanca, ojos almendrados y gran sonrisa.

Estaba ataviada con un ajustado vestido de seda adornado de incrustaciones doradas que remarcaban su figura. Dulcemente nos dijo, en un inglés perfecto, que su nombre era Gaan-daa. Los platillos fluyeron como el agua del río.

Comenzamos el banquete con unos satays de pollo recién cocinados sobre Las brasas; para acompañarlos, Gaan-daa nos ofreció dos copas de champagne, Brut Imperial de Móet Chandon, cortesía de la casa.

De segundo probamos unos generosos camarones envueltos en un crujiente papel de arroz y acompañados de una espesa salsa de ciruela. Nuestras entradas maridaron perfectamente con el champagne. Sus sabores sutiles explotaban con las pequeñas burbujas de la bebida. Posteriormente, llegó a nuestra mesa una sopa Tom-Yum, que integraba el ligero sabor del té limón en un picante caldo de mariscos. Después, al centro apareció un curry rojo de pato y el plato estrella de la noche, una langosta cocinada a la perfección y salseada con un picante y especiado curry verde. Los currys, una especie de mole tailandés, son platos obligados para cualquier persona que se considere gourmet.

Para acompañar el festín, pedimos un Bosc día Reí, Moscato d'Asti, el cual combinó perfectamente con los sutiles pero inten­sos sabores de la comida. Parecería que es complicado maridar platillos tan picantes y especiados con los vinos adecuados; sin embargo, nuestras elecciones fueron certeras. De postre, probé un delicioso arroz preparado con leche de coco y lajas de mango. Para acompañarlo, pedimos un Bechtheimer Rosengarten Riesling Eiswein, que resaltó los sabores del platillo. El vino y el postre cerraron con broche de oro nuestra experiencia. Como no quiero que este momento termine, grabé en mi memoria los sabores y cada vez que preparo este tipo de cocina en casa, re gresan a mí recuerdos de este maravilloso viaje.

Y soy afortunada: puedo replicar esta experiencia con una visita a El Gourmet de El Palacio.