En México, las fiestas de la vendimia se celebran desde hace más de una década, tratando de mezclar la antigua tradición vinicultora y el colorido folclor nacional, en donde vinicultores y campesinos trabajan en conjunto en el tiempo de la abundancia para realizar el proceso de la vendimia.

Muchas bodegas hacen fiestas en las que invitan a familiares, amigos y al público en general a formar parte de esta gran fiesta llena de alegría y color.

La fiesta organizada por Casa Pedro Domecq en el Valle de Guadalupe resulta siempre estupenda.

Nada está dejado al azar, todo es pensado hasta el mínimo detalle. Todos los invitados, vestidos de blanco, recorren como hormigas los viñedos bajo el acariciante sol de Ensenada, acompañados por los consejos y enseñanzas de Sebastián Suárez, el enólogo argentino que lleva las riendas de los vinos mexicanos de Domecq.

Antes de comenzar el otoño, vinicultores y campesinos inician el proceso de cosecha. Llega el tiempo de cosechar las bondades de la tierra, de recuperar el tiempo dejado sobre los surcos, de sentir orgullo por la vid que se siembra y de soñar con los vinos.

Es el momento de celebrar y compartir la vendimia, unos cuantos días en que se olvidan las duras jornadas de trabajo para disfrutar. Es algo que habla de la tradición, de una cultura del vino que en México, poco a poco, va creciendo. La celebración de la vendimia se vive con los sentidos y con el corazón.

Francois Bouyra, el CEO de la casa; Gustavo León, quien capitanea el marketing de los productos de Domecq; Iñaki Cuervo, que maneja hábilmente la promoción de los vinos, y la encantadora Maika logran realizar cada vez una fiesta inolvidable.

A finales de este mes, una vez más, viviremos una bacanal donde las musas del vino nos levantarán uno a uno y nos harán sentir, saborear, vivir y festejar el gusto de amar a los hijos de la uva, mientras el sol baja sobre los viñedos y despierta la fiesta que tanto preludio había tenido.