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Visiones de Las Vegas
26/09/2009
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De entre toda la rudeza y la ironía de su novela Adiós a Las Vegas, John O'Brien procuró exaltar ciertos detalles de los etílicos asombros de Ben, el suicida que eligió aquel casino interminable del desierto de Nevada, para abandonar su alma aferrado a una botella de whisky barato. Lírica y glacial, la prosa de O'Brien cristalizó las emociones de un tipo hipersensible que sea por el alco...

De entre toda la rudeza y la ironía de su novela Adiós a Las Vegas, John O'Brien procuró exaltar ciertos detalles de los etílicos asombros de Ben, el suicida que eligió aquel casino interminable del desierto de Nevada, para abandonar su alma aferrado a una botella de whisky barato. Lírica y glacial, la prosa de O'Brien cristalizó las emociones de un tipo hipersensible que sea por el alcohol o por inspiración o por una chispa de locura, poseía un inequívoco talento para desentrañar el hechizo de todos los ambientes: antes de partir a su tumba polvorienta, Ben asiste a un table dance de Los Ángeles, y se funde en el rito del striptease como si fuera una de las gotas de sudor que escurren del cuello de la bailarina, surcan la curva de la espalda y, al final, se convierten en un tenue reguero que resplandece entre las nalgas. Ben sabe que la bailarina aborrece las miradas, los chiflidos y las bocas babeantes de la clientela. Reconoce el desprecio y el hartazgo en la fingida sonrisa de ella, y es por eso que al asumirse como un hilo de agua que brota, sinuoso y acariciante, de la nívea piel, percibe una momentánea pero aguda sensación de plenitud. La bailarina es definitivamente hermosa. Después de todo, está en Los Ángeles. En Las Vegas las cosas serán distintas. Sobre este mismo asunto, Hunter S. Thompson anotó un diagnóstico disímil en Miedo y asco en Las Vegas: "Una semana en Las Vegas es como entrar de pronto en el túnel del tiempo, es una regresión a finales de los cincuenta. Lo cual resulta perfectamente comprensible cuando ves a la gente que viene aquí, los Grandes Gastadores de sitios como Denver y Dallas, junto con las convenciones del Club Nacional de Alces (no se permiten negros) y la Asamblea de Pastores Voluntarios de Todo el Oeste. Son gente que se vuelve literalmente loca sólo con ver una puta vieja que se queda en bragas y sale cabriolando de la pista al lánguido son de «September Song»". De los shows de striptease, Thompson anotó también que en Las Vegas pulula el sexo de segunda división: destapes con cubrepezones, mientras que en L.A. rebosa la desnudez total. Quizá es por ello que transcribió estas imágenes de su cuaderno de notas: "Las Vegas es una sociedad de masturbadores armados/ aquí la emoción es el juego/ el sexo es un extra/ un viaje raro para los ricachos… putas de la casa para los ganadores, pajas para la chusma desafortunada". O'Brien y Thompson coinciden en la fatua diversión de los casinos. El juego y el alcohol desplazan al orgasmo, el éxtasis no tiene variaciones. De no ser por una mano ganadora en la ruleta o el bacará, sus posibilidades son muy estrechas, porque las drogas son tabú en ese marchito imperio. A su modo, Adiós a Las Vegas persigue al sueño americano. Ben descorcha botella tras botella como si fueran mapas del abismo. A esa abundancia destructiva sólo le falta el sexo de primera división. Y en su libro de culto, Hunter S. Thompson también buscó lo mismo. La costra, ridícula o fatal, del ansia colectiva por una perfecta decadencia. Sin embargo, aquí nada es absoluto, los territorios son mediocres. La pregunta, entonces, sigue siendo cómo será el infierno verdadero…

Fuente: Milenio Diario    
Categoría: TIPOS DE PRODUCTO    





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