Las musas que habitan en Tequisquiapan, Santiago de Querétaro, Bernal, San Joaquín y San Juan del Río crearon un viaje pleno de arte Alonso Vera (27 septiembre 2009).- ¿Qué pasa si invitamos de viaje a un colectivo multi- disciplinario de artistas para vivir una experiencia conjunta, con el propósito de que compartan su sentir a través de lo que mejor saben hacer?

Por fortuna, existe un destino como Querétaro, complejo en historias y diverso en atractivos, que tuvo la bondad de acogernos para realizar esta primera edición de Viajeros Creando, un proyecto conformado por jóvenes en su punto de consagración.

Luis Jorge Boone fue el literato invitado, Daniela Edburg se encargó de las artes visuales, mientras que Emilio Said, de las artes plásticas; Alejandra Zermeño, de la escultura y Francisco Ocaña, de las creaciones culinarias. Todos, trabajaron en conjunto con el curador Gerardo Traeger.

Nuestras mentes siempre están deseosas de nuevas ideas, vivencias y retos que enriquezcan nuestra vida cotidiana. Esta ocasión, el viaje fue el motor y el arte, el medio.

Un viaje a través de la inspiración

La travesía arrancó en Santiago de Querétaro, una ciudad que nos sorprendió por la amplia variedad de atractivos que resguarda, y que nos permitió dejar atrás ciertos prejuicios y enamorarnos de las primeras impresiones para luego regresar por más.

Destacó la visita a la Escuela de Laudería, única en América Latina que imparte una licenciatura en creación y restauración de instrumentos de cuerda frotada, así como los recorridos por los museos de la Ciudad y de Arte de Querétaro. Además, no hubo duda de que el Centro Histórico de la capital del Estado bien sabe presumir su designación como Patrimonio de la Humanidad; su arquitectura, historia y gente son, simplemente, espectaculares.

Luego, visitamos Tequisquiapan y de paso, hicimos la Ruta del Vino Queretano, que incluyó un vuelo en globo al amanecer y una cata de vino al atardecer. No podía faltar una dedicada visita al pueblo mágico de Bernal, por la genialidad de sus mercados y sus restaurantes repletos de vida y misticismo, pero especialmente por todo aquello que su monolito ejerce sobre el viajero; es el tercero más grande del mundo según nos comentaron.

De allí fuimos a San Joaquín. La puerta de entrada a la Reserva de la Biosfera Sierra Gorda, que se caracteriza por su diversidad de ecosistemas, los cuales se conocen a bordo de cuatrimotos que surcan desfiladeros y atraviesan cascadas hasta llegar a una de las noches más memorables en nuestra vida. Aquella que disfrutamos en el campamento ecoturístico de El Jabalí bajo una bóveda celeste inédita.

Las misiones franciscanas de la sierra, también reconocidas como Patrimonio de la Humanidad, y las haciendas de San Juan del Río nos brindaron el último vistazo de Querétaro. Fue un breve viaje coronado por una serie de obras de arte que se presentan como el entendimiento y apreciación más sublime de la experiencia. Muchas han sido las vivencias en México y el mundo, ya serán tuyas. Mientras tanto, gracias y hasta la próxima.

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